lunes, 27 de agosto de 2018
EL FINAL DE OTRO DÍA
MI MUNDO ESTA LLENO DE IMAGENES Y PALABRAS, VIAJANDO EN EL TIEMPO.
miércoles, 1 de agosto de 2018
LA VENTANA INDISCRETA
MI MUNDO ESTA LLENO DE IMAGENES Y PALABRAS, VIAJANDO EN EL TIEMPO.
lunes, 28 de mayo de 2018
Colegio (continuacion)
La pizarra ocupaba el lugar más importante en aquel
templo del saber infantil. Negra con una repisa para dejar el borrador y las
tizas blancas, era visible desde cualquier punto del aula. Aquel mural negro
iba a ser el primer escaparate de letras, dibujos y números para ir
comprendiendo los primeros peldaños de la cultura docente.
El
momento más esperado del día era el recreo. Bueno, si no te habían castigado
por causas ajenas a tu voluntad, ya se sabe, los deberes, la lección mal
aprendida, alguna trastada en el aula… cosas sin importancia que reventaban el
momento clave del día, el ansiado recreo. Jugábamos en la acera de la calle, a
canicas, a coger, a la trompa o cambiábamos cromos. Teníamos un amplio
muestrario de juegos que necesitaban pocos recursos, tan solo niños o niñas
disfrutando de la media hora de descanso. Se me olvidaba el bocadillo, pieza
importante en cualquier patio. El término era muy amplio, llamábamos bocadillo
a comerte un bollo, palmera, o pan con acompañamiento. Siempre teníamos aquel
compañero que se olvidaba su almuerzo en casa y solicitaba un poco a cada uno y
terminaba comiendo más que ninguno.
En
aquellos años sesenta las clases terminaban sobre la una de la tarde y todos
nos íbamos a casa a comer durante dos horas y media, para volver a la tarde y
continuar las clases, hasta las cinco y media. A diferencia de nuestro tiempo
presente, entonces comer en casa era lo normal, y podías disfrutar de un
momento de ruptura con el entorno escolar. Un poco de televisión, jugar con
Bull, mi perro, y comer con mi familia. La vuelta a las aulas por la tarde se hacía
un poco cuesta arriba, pero merecía la pena poder volver al hogar para comer. A
diferencia de mí, mis hijas comen en la ikastola, los horarios no las permiten
venir a casa a la hora de la comida.
Mis
primeros años transcurrieron en aquel pequeño colegio hasta los diez años. Mi
siguiente destino fue el colegio San Francisco Javier, pero esa es otra
historia.
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jueves, 3 de mayo de 2018
El primer día de colegio
Corría
el mes de septiembre del año 1963, cuando me pusieron camisa blanca, una
corbata de cuadros escoceses donde predominaba el rojo y azul sobre fondo
verde, jersey también verde y pantalones cortos grises. Con este atuendo
comenzaba mi primer día, de un largo periodo de tiempo dedicado al estudio. Mis
primeros pasos en la educación comenzaron en el Colegio San Jorge de Santurce.
Estaba a cinco minutos andando de mi casa, en la calle Esteban Bilbao. Dije adiós a Laura (a quien dedicare un
espacio propio), y nos fuimos mi madre y yo calle arriba a mi nuevo destino.
Según
íbamos acercándonos una algarabía de niños, padre y madres cubría la acera de
entrada al colegio.Algunos, pequeños, luchaban con uñas y dientes por no entrar
al interior y dejaban sus lloros y suplicas en el corazón maltratado de sus
padres que luchaban contra el chantaje emocional al que le estaban sometiendo
los pequeños dictadores. Mi ama me miro para comprobar si yo reaccionaba igual
que aquellos niños, pero su rostro se tranquilizó al ver mi indiferencia. Subimos unas escaleras y nos recibió la
directora Nortxa, amiga desde la infancia de ama. Las presentaciones dieron
paso a la entrada en el aula. Mesas y sillas a escala de nuestra estatura
cubrían el espacio. Las paredes estaban pintadas con motivos infantiles, y
destacaba un gran Bambi que parecía querer salir del muro y venir a nuestro
encuentro.
Niños
y niñas se disputaban un asiento en aquella aula que iba a ser mi morada en los
próximos 2 años. Mi ama me dejo allí, con la promesa de volver cuando diera la
hora de salir. Me quede con una tristeza que duro el tiempo justo de empezar a
jugar con aquellos nuevos amigos que prometían un montón de trastadas.
Nunca
olvidare el olor que tenía aquel habitáculo, a lapicero y goma mezclado con
colonia de niños. Hay que tener en cuenta un dato importante; el número de
infantes que ocupaban aulas en aquellos años sesenta era muy alto. El Babi Boom
como se llamó a aquel crecimiento natal, estaba en pleno auge. Recuerdo tener unos treinta y tantos
compañeros, compartiendo pupitres.
Para proteger
nuestras vestimentas de cualquier mancha nos ponían unas batas de cuadros
pequeños verdes sobre blanco. Unos bolsillos a cada lado nos proporcionaban un
lugar donde guardar los cromos, las canicas y todos aquellos utensilios de
juego.
(continua, próxima entrega)
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martes, 1 de mayo de 2018
Recuerdos
La noche tejía sombras sobre Santurce y las luces de
las farolas luchaban por desterrar cada rincón oscuro de las calles mojadas por la lluvia. Una vez que conseguí
un aparcamiento para mi coche, cosa difícil un viernes a las nueve de la noche,
opté por caminar plácidamente hasta el parque de la Sardinera. Mis pasos me
fueron llevando por antiguos parajes de mi infancia y juventud. El antiguo portal
en el número 34 de la en otro tiempo conocida calle del “dólar”, y hoy
rebautizada con un nombre que no consigo recordar. Seguía siendo amplio y
espacioso, y capaz de albergar una competición de futbol entre varios infantes,
intentando emular al gran Iribar. Nuestro edificio era como un gran parque de
juegos. Teníamos un ascensor de madera en el que subíamos con las puertas
abiertas y nuestros dedos empujaban los contactos para que aquella caja nos transportara
a cualquier destino.
Félix, Víctor, su hermano Emilio, Chichi, los hermanos
Jesús y Andrés y yo, Iñaki, nos adentrábamos en el corazón de la aventura cada
día. Los juegos en el portal consistían básicamente en empotrar un balón contra
el primero que se pusiera a tiro. Todo terminaba cuando aparecía la portera,
María, y salíamos corriendo como cohetes al cielo. Atrás dejábamos los
juramentos que salían por su boca cual poetisa de la blasfemia. Subíamos con
gran agilidad las escaleras hasta llegar a la casa de Víctor y Emilio en el
sexto piso. El número 34 de Capitán Mendizábal iba a ser un hotel y tenía dos escaleras,
otra característica que hacía de nuestra casa un lugar único. El piso de mis
amigos era nuestra guarida y zona de escape, cuando la portera nos perseguía
por nuestras fechorías de balón pie. La casa de mis amigos reunía dos
características imprescindibles para ser una zona segura, sus padres estaban trabajando,
allí no había nadie para poder parar nuestra huida. La segunda característica
era tan importante o más que la primera, el piso daba a la escalera derecha y a
la escalera izquierda. Se podía subir por una, y bajar por la otra y dejar
gritando en el último piso a nuestra temida portera. Tras nuestra huida
continuábamos nuestros juegos en las lonjas abiertas frente al Country Club,
primera sala de fiestas que se abrió en Santurce, o nos íbamos a una de las
tres campas que teníamos en la calle.
El Country ocupaba los bajos de nuestra casa y un
patio exterior que miraba al mar. La primera sala de fiestas de un pueblo
pesquero que iba creciendo mirando al mar. Como dijo mi madre, Elena cuando se
abrió este lugar de música y jolgorio “si Don Boni levantara la cabeza”. Y era cierto, hasta que no murió este párroco de muy tradicionales costumbres, el
pueblo no vio un lugar donde divertirse.
Recuerdo la casa de Don Boni cuando iba con mi madre. Lo que nunca se me olvidara, es aquella mesa de comedor larga y alta repleta en su superficie de montones de monedas de una y cinco pesetas. Don Boni me decía "coge una moneda”, a lo que mi madre respondía con un contundente “no cojas nada”, y él insistía y yo esperaba con estoica resignación el resultado final de aquel duelo, por supuesto queriendo recoger el trofeo de la mesa para invertir en el quiosco de los dulces.
Recuerdo la casa de Don Boni cuando iba con mi madre. Lo que nunca se me olvidara, es aquella mesa de comedor larga y alta repleta en su superficie de montones de monedas de una y cinco pesetas. Don Boni me decía "coge una moneda”, a lo que mi madre respondía con un contundente “no cojas nada”, y él insistía y yo esperaba con estoica resignación el resultado final de aquel duelo, por supuesto queriendo recoger el trofeo de la mesa para invertir en el quiosco de los dulces.
Al de unos meses de su muerte, unas niñas aseguraron
que el espíritu de Don Boni se les había aparecido en la entrada del portal. No
paso de ser una anécdota que se perdió en el tiempo y que muy pocos recuerdan.
Pero la verdad, es que estuve durante unos meses con miedo a una aparición, del
fallecido párroco cuando entraba en el portal de casa.
MI MUNDO ESTA LLENO DE IMAGENES Y PALABRAS, VIAJANDO EN EL TIEMPO.
Paseando por el pasado en Santurce
Bull en el parque de la Sardinera; crecimos juntos en este lugar
Llevo tiempo sin publicar nada, ni fotos, ni relatos.... nada. Hoy me ha surgido la necesidad de escribir, de plasmar en tímidos párrafos lo que fue mi infancia en Santurce. Hace unos meses me deje caer paseando por el paseo de la sardinera con la noche como acompañante. Este paseo es para mí, la infancia. En aquel paseo no podía faltar la música, The Beatles, me acompañaron desde niño. Con todo esta maquinaria del tiempo me traslade y fui dando las primeras pinceladas de los recuerdos que aquí voy a ir dejando.
MI MUNDO ESTA LLENO DE IMAGENES Y PALABRAS, VIAJANDO EN EL TIEMPO.
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