lunes, 25 de julio de 2011

LA VERDAD FACTUAL, A DEBATE

Un gran articulo de Esteban Hernandez en el Confidencial.

Mentiras gratuitas, enfrentamientos ideológicos, malas prácticas informativas, programación de contenidos dudosos para ganar audiencia…Son una serie de males del periodismo contemporáneo que avivan la pregunta acerca de si no deberían establecerse límites más firmes frente a tales prácticas. La reciente pelea entre Arcadi Espada y Javier Cercas, columnistas de dos medios rivales, El Mundo y El País, es uno de esos asuntos. Tras un artículo del académico Francisco Rico sobre la Ley Antitabaco en el que aseguraba no haber fumado en su vida cuando es fumador empedernido, Cercas salió en su defensa con un texto en el que reivindicaba el derecho a emanciparse de la verdad factual, empleando en su lugar “una verdad irónica y emancipada de la tiranía de lo literal”. Espada, que había polemizado repetidamente con Cercas acerca de la utilización de la ficción en la narración de hechos reales, decidió aplicar a Cercas su medicina, y afirmó en una de sus columnas que el novelista había sido detenido en una redada contra la prostitución que se había producido en el madrileño barrio de Arganzuela.
Para José Manuel Burgueño, profesor de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de Universidad Nebrija, director del Colegio Mayor Loyola y autor de Los renglones torcidos del periodismo (Ed. UOC) “lo que ha hecho Espada, que es un gran periodista, pero también muy provocador, es como convencer al defensor de la pena de muerte de su error aplicándole esa misma pena. No se puede mentir en un periódico para convencer a Cercas de que en el periodismo no se puede mentir, porque al final lo que dices es que el fin justifica los medios. Creo que el propio Espada criticaría lo que ha hecho si no lo hubiera hecho él”. Según Julio César Herrero, decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación  de la Universidad Camilo José Cela, no pueden situarse las dos mentiras, la de Rico y la Espada, en el mismo plano. “La mentira de Rico no tiene trascendencia, no duele y si hace quedar mal a alguien, es al propio Rico. Espada habla de otra persona, afirma algo que tiene mucho mayor alcance y que es de por sí querellable. Está atribuyendo hechos delictivos a una persona conocida, y eso lleva su mentira a otro plano”.  La ficción es lícita en el periodismo, asegura Juan Cantavella, catedrático de Periodismo en la Universidad CEU San Pablo, “siempre y cuando haya un guiño al lector que le haga saber que no estamos hablando de hechos ciertos. Si no es así, se dan nombres y apellidos y se le atribuyen comportamientos indecorosos, entonces no es aceptable”.
Otra polémica reciente ha sido la mantenida por Fernando González Urbaneja, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid con Alfio Vasile, al asegurar que habría que desterrar de España a personas como el consejero delegado de Tele 5. El telón de fondo de la discusión es una afirmación de Vasile según la cual la ética reside en las cifras de audiencia. Más allá de los protagonistas, esta disputa pone de nuevo sobre la mesa el recurrente tema de hasta qué punto un gran número de espectadores o de ventas pueden justificar determinados contenidos. Para Cantavella, “hay comportamientos y actitudes que están fuera de todo límite. Poner a una señora a decir barbaridades para que toda la audiencia se ría de ella no es digno, como no lo es hacer juicios mediáticos sobre determinadas personas. Los comportamientos de los profesionales del periodismo han de regirse por unos principios que nada tienen que ver con los gustos de la audiencia, porque, en otro caso, estaríamos justificando la emisión de cualquier cosa. Y eso los periodistas lo sabemos muy bien. Lo que ocurre es que quienes hacen estas cosas no lo son, aun cuando se presenten a sí mismos como tales”.
En opinión de Burgueño, “el periodismo actual está mucho más pendiente de las datos de audiencia que de contar lo que ocurre, y no sólo porque muchos programas opten por la basura y por escarbar en las vidas privadas”. Tampoco los segmentos que se presumen más serios, como los informativos, se libran de la tiranía de la audiencia. “Como saben que las imágenes impactantes, la violencia y el morbo atraen, los están utilizando para dar mejores registros”. Afortunadamente, afirma Burgueño, todavía hay mucha diferencia entre informativos y programas del corazón, pero aquéllos se están contagiando de prácticas muy perjudiciales. Por eso, “lo idóneo sería que los informativos saliesen de esas luchas de audiencia, de forma que pudieran ser más respetuosos con sus espectadores y con la verdad”.
El periodismo español, asegura Hererro, está atravesando un momento crítico, también en el terreno de la información y opinión políticas. La multiplicación de los canales de la TDT, argumenta, “ha conseguido que haya más voces y que la democracia se enriquezca, pero también ha fomentado una manera de entender la libertad que nada tiene que ver con el ejercicio responsable. Hay algunos periodistas que consideran que no existe diferencia entre la crítica contundente y el insulto y que por tener el medio una línea editorial determinada la información también tiene que pasar por ese tamiz”. Para Herrero, “los medios serios ofrecen informaciones muy equilibradas donde también se defienden posturas contrarias a la línea editorial del periódico, reservando ésta para la opinión”. Y esto no es algo que ocurra con frecuencia en nuestro país, por desgracia: “sabemos que la objetividad no es posible, pero deberíamos hacer un esfuerzo profesional para acercarnos a las cosas tal y como son”.
Según Burgueño, sería totalmente ingenuo afirmar que esta polarización informativa, con muchos medios tiñendo la realidad del color de su ideología no se está produciendo. Por eso entiende que “lo más honesto sería que no enmascarasen lo que publican como la única verdad. Quienes conocemos más o menos el mundo del periodismo sabemos de qué pie cojea cada uno, pero eso no lo sabe necesariamente el gran público. Por eso sería positivo que todos los medios fuesen de frente y dejaran claras sus vinculaciones, y así cada cual sabría que está comprando, oyendo o viendo”.
Poner límites
Coinciden los expertos consultados en que a este cúmulo de disfunciones, notablemente preocupante, se le deberían poner límites. El problema es cómo hacerlo y quiénes serán los encargados de establecerlos. Para Cantavella, los espectadores deberían colocar una primera barrera privilegiando los medios más responsables y profesionales frente a los que emiten contenidos sesgados o poco éticos. “El problema es que ese esfuerzo no se hace habitualmente. Criticamos que una televisión emita barbaridades y sin embargo continuamos sintonizándola. El público ha de ser consciente de que tiene más poder del que parece: si nadie viera sus programas, esas cadenas cambiarían de contenidos”.
Pero esa invocación al poder del espectador no implica restringir la acción a los puros resultados del mercado. “Te dicen que la gente fuma porque le gusta pero luego llegan los médicos y te cuentan que al tabaco se le han añadido sustancias muy perjudiciales que crean adicción. Igual ocurre en el periodismo, donde no podemos consentir que se utilicen otros venenos. Hay que tener dignidad profesional. Por ejemplo, hay periódicos que dicen defender a la mujer y están publicando anuncios de prostitución. Y no se puede hacer alarde de actitudes éticas y luego poner la mano”.
Según Herrero, uno de los principales problemas a que se enfrenta la profesión es a “la falta de un colegio de periodistas fuerte que pueda imponer un código deontológico y donde exista una comisión ética que sancione conductas no conformes con esas normas internas. No podemos decir, como se suele hacer, que  la mejor ley de prensa es la que no existe. Al contrario, tenemos una responsabilidad que va más allá de la jurídica”.
También cree Burgueño que los límites los deberíamos poner los propios periodistas, aun cuando resulte especialmente difícil dada la espiral en la que están metidos los medios. “La industria ha ido desprofesionalizándose en estos últimos 20 años tanto en los órganos de dirección y gestión, donde cada vez hay menos periodistas en los cargos relevantes de empresas mediáticas, como en la propia redacción, donde se ha despedido a los periodistas de peso y se han rellenado las plantillas con becarios, entrando así en un círculo vicioso en el que se intenta conseguir ingresos aumentando audiencia a través del morbo o de estirar la realidad. Y es muy difícil desengancharse de esa dinámica”:
En todo caso, asegura Burgueño, la autorregulación es necesaria. “Tenemos los límites que marcan las leyes, pero tiene que haber algo más, porquesiempre hay personas que está nen el borde, viendo hasta dónde pueden forzar sin ser demandados. Somos nosotros quienes debemos poner esos límites y tienen que ir más allá de lo normativo. Por utópico que suene, tenemos que hacer periodismo de verdad”.
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