lunes, 28 de mayo de 2018

Colegio (continuacion)




La pizarra ocupaba el lugar más importante en aquel templo del saber infantil. Negra con una repisa para dejar el borrador y las tizas blancas, era visible desde cualquier punto del aula. Aquel mural negro iba a ser el primer escaparate de letras, dibujos y números para ir comprendiendo los primeros peldaños de la cultura docente.
            El momento más esperado del día era el recreo. Bueno, si no te habían castigado por causas ajenas a tu voluntad, ya se sabe, los deberes, la lección mal aprendida, alguna trastada en el aula… cosas sin importancia que reventaban el momento clave del día, el ansiado recreo. Jugábamos en la acera de la calle, a canicas, a coger, a la trompa o cambiábamos cromos. Teníamos un amplio muestrario de juegos que necesitaban pocos recursos, tan solo niños o niñas disfrutando de la media hora de descanso. Se me olvidaba el bocadillo, pieza importante en cualquier patio. El término era muy amplio, llamábamos bocadillo a comerte un bollo, palmera, o pan con acompañamiento. Siempre teníamos aquel compañero que se olvidaba su almuerzo en casa y solicitaba un poco a cada uno y terminaba comiendo más que ninguno.
            En aquellos años sesenta las clases terminaban sobre la una de la tarde y todos nos íbamos a casa a comer durante dos horas y media, para volver a la tarde y continuar las clases, hasta las cinco y media. A diferencia de nuestro tiempo presente, entonces comer en casa era lo normal, y podías disfrutar de un momento de ruptura con el entorno escolar. Un poco de televisión, jugar con Bull, mi perro, y comer con mi familia. La vuelta a las aulas por la tarde se hacía un poco cuesta arriba, pero merecía la pena poder volver al hogar para comer. A diferencia de mí, mis hijas comen en la ikastola, los horarios no las permiten venir a casa a la hora de la comida.
            Mis primeros años transcurrieron en aquel pequeño colegio hasta los diez años. Mi siguiente destino fue el colegio San Francisco Javier, pero esa es otra historia.

jueves, 3 de mayo de 2018

El primer día de colegio






            Corría el mes de septiembre del año 1963, cuando me pusieron camisa blanca, una corbata de cuadros escoceses donde predominaba el rojo y azul sobre fondo verde, jersey también verde y pantalones cortos grises. Con este atuendo comenzaba mi primer día, de un largo periodo de tiempo dedicado al estudio. Mis primeros pasos en la educación comenzaron en el Colegio San Jorge de Santurce. Estaba a cinco minutos andando de mi casa, en la calle Esteban Bilbao.  Dije adiós a Laura (a quien dedicare un espacio propio), y nos fuimos mi madre y yo calle arriba a mi nuevo destino.
            Según íbamos acercándonos una algarabía de niños, padre y madres cubría la acera de entrada al colegio.Algunos, pequeños, luchaban con uñas y dientes por no entrar al interior y dejaban sus lloros y suplicas en el corazón maltratado de sus padres que luchaban contra el chantaje emocional al que le estaban sometiendo los pequeños dictadores. Mi ama me miro para comprobar si yo reaccionaba igual que aquellos niños, pero su rostro se tranquilizó al ver mi indiferencia.  Subimos unas escaleras y nos recibió la directora Nortxa, amiga desde la infancia de ama. Las presentaciones dieron paso a la entrada en el aula. Mesas y sillas a escala de nuestra estatura cubrían el espacio. Las paredes estaban pintadas con motivos infantiles, y destacaba un gran Bambi que parecía querer salir del muro y venir a nuestro encuentro.
            Niños y niñas se disputaban un asiento en aquella aula que iba a ser mi morada en los próximos 2 años. Mi ama me dejo allí, con la promesa de volver cuando diera la hora de salir. Me quede con una tristeza que duro el tiempo justo de empezar a jugar con aquellos nuevos amigos que prometían un montón de trastadas.
            Nunca olvidare el olor que tenía aquel habitáculo, a lapicero y goma mezclado con colonia de niños. Hay que tener en cuenta un dato importante; el número de infantes que ocupaban aulas en aquellos años sesenta era muy alto. El Babi Boom como se llamó a aquel crecimiento natal, estaba en pleno auge.  Recuerdo tener unos treinta y tantos compañeros, compartiendo pupitres.
            Para proteger nuestras vestimentas de cualquier mancha nos ponían unas batas de cuadros pequeños verdes sobre blanco. Unos bolsillos a cada lado nos proporcionaban un lugar donde guardar los cromos, las canicas y todos aquellos utensilios de juego.
(continua, próxima entrega)

martes, 1 de mayo de 2018

Recuerdos





        La noche tejía sombras sobre Santurce y las luces de las farolas luchaban por desterrar cada rincón oscuro de las calles mojadas por la lluvia. Una vez que conseguí un aparcamiento para mi coche, cosa difícil un viernes a las nueve de la noche, opté por caminar plácidamente hasta el parque de la Sardinera. Mis pasos me fueron llevando por antiguos parajes de mi infancia y juventud. El antiguo portal en el número 34 de la en otro tiempo conocida calle del “dólar”, y hoy rebautizada con un nombre que no consigo recordar. Seguía siendo amplio y espacioso, y capaz de albergar una competición de futbol entre varios infantes, intentando emular al gran Iribar. Nuestro edificio era como un gran parque de juegos. Teníamos un ascensor de madera en el que subíamos con las puertas abiertas y nuestros dedos empujaban los contactos para que aquella caja nos transportara a cualquier destino.
Félix, Víctor, su hermano Emilio, Chichi, los hermanos Jesús y Andrés y yo, Iñaki, nos adentrábamos en el corazón de la aventura cada día. Los juegos en el portal consistían básicamente en empotrar un balón contra el primero que se pusiera a tiro. Todo terminaba cuando aparecía la portera, María, y salíamos corriendo como cohetes al cielo. Atrás dejábamos los juramentos que salían por su boca cual poetisa de la blasfemia. Subíamos con gran agilidad las escaleras hasta llegar a la casa de Víctor y Emilio en el sexto piso. El número 34 de Capitán Mendizábal iba a ser un hotel y tenía dos escaleras, otra característica que hacía de nuestra casa un lugar único. El piso de mis amigos era nuestra guarida y zona de escape, cuando la portera nos perseguía por nuestras fechorías de balón pie. La casa de mis amigos reunía dos características imprescindibles para ser una zona segura, sus padres estaban trabajando, allí no había nadie para poder parar nuestra huida. La segunda característica era tan importante o más que la primera, el piso daba a la escalera derecha y a la escalera izquierda. Se podía subir por una, y bajar por la otra y dejar gritando en el último piso a nuestra temida portera. Tras nuestra huida continuábamos nuestros juegos en las lonjas abiertas frente al Country Club, primera sala de fiestas que se abrió en Santurce, o nos íbamos a una de las tres campas que teníamos en la calle.
El Country ocupaba los bajos de nuestra casa y un patio exterior que miraba al mar. La primera sala de fiestas de un pueblo pesquero que iba creciendo mirando al mar. Como dijo mi madre, Elena cuando se abrió este lugar de música y jolgorio “si Don Boni levantara la cabeza”. Y era cierto, hasta que no murió este párroco de muy tradicionales costumbres, el pueblo no vio un lugar donde divertirse. 
Recuerdo la casa de Don Boni cuando iba con mi madre. Lo que nunca se me olvidara, es aquella mesa de comedor larga y alta repleta en su superficie de montones de monedas de una y cinco pesetas. Don Boni me decía "coge una moneda”, a lo que mi madre respondía con un contundente “no cojas nada”, y él insistía y yo esperaba con estoica resignación el resultado final de aquel duelo, por supuesto queriendo recoger el trofeo de la mesa para invertir en el quiosco de los dulces.
Al de unos meses de su muerte, unas niñas aseguraron que el espíritu de Don Boni se les había aparecido en la entrada del portal. No paso de ser una anécdota que se perdió en el tiempo y que muy pocos recuerdan. Pero la verdad, es que estuve durante unos meses con miedo a una aparición, del fallecido párroco cuando entraba en el portal de casa.  

 Cuantos juegos, riñas, cristales rotos, miedos y risas albergaron los rincones de aquel oscuro portal de nuestra infancia. Mis ojos se llenaron de un océano de recuerdos, que me trajeron aromas del pasado, seres queridos que se marcharon.

Paseando por el pasado en Santurce




       
Bull en el parque de la Sardinera; crecimos juntos en este lugar
  Llevo tiempo sin publicar nada, ni fotos, ni relatos.... nada. Hoy me ha surgido la necesidad de escribir, de plasmar en tímidos párrafos lo que fue mi infancia en Santurce. Hace unos meses me deje caer paseando por el paseo de la sardinera con la noche como acompañante. Este paseo es para mí, la infancia. En aquel paseo no podía faltar la música, The Beatles, me acompañaron desde niño. Con todo esta maquinaria del tiempo me traslade y fui dando las primeras pinceladas de los recuerdos que aquí voy a ir dejando.

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...