Corría
el mes de septiembre del año 1963, cuando me pusieron camisa blanca, una
corbata de cuadros escoceses donde predominaba el rojo y azul sobre fondo
verde, jersey también verde y pantalones cortos grises. Con este atuendo
comenzaba mi primer día, de un largo periodo de tiempo dedicado al estudio. Mis
primeros pasos en la educación comenzaron en el Colegio San Jorge de Santurce.
Estaba a cinco minutos andando de mi casa, en la calle Esteban Bilbao. Dije adiós a Laura (a quien dedicare un
espacio propio), y nos fuimos mi madre y yo calle arriba a mi nuevo destino.
Según
íbamos acercándonos una algarabía de niños, padre y madres cubría la acera de
entrada al colegio.Algunos, pequeños, luchaban con uñas y dientes por no entrar
al interior y dejaban sus lloros y suplicas en el corazón maltratado de sus
padres que luchaban contra el chantaje emocional al que le estaban sometiendo
los pequeños dictadores. Mi ama me miro para comprobar si yo reaccionaba igual
que aquellos niños, pero su rostro se tranquilizó al ver mi indiferencia. Subimos unas escaleras y nos recibió la
directora Nortxa, amiga desde la infancia de ama. Las presentaciones dieron
paso a la entrada en el aula. Mesas y sillas a escala de nuestra estatura
cubrían el espacio. Las paredes estaban pintadas con motivos infantiles, y
destacaba un gran Bambi que parecía querer salir del muro y venir a nuestro
encuentro.
Niños
y niñas se disputaban un asiento en aquella aula que iba a ser mi morada en los
próximos 2 años. Mi ama me dejo allí, con la promesa de volver cuando diera la
hora de salir. Me quede con una tristeza que duro el tiempo justo de empezar a
jugar con aquellos nuevos amigos que prometían un montón de trastadas.
Nunca
olvidare el olor que tenía aquel habitáculo, a lapicero y goma mezclado con
colonia de niños. Hay que tener en cuenta un dato importante; el número de
infantes que ocupaban aulas en aquellos años sesenta era muy alto. El Babi Boom
como se llamó a aquel crecimiento natal, estaba en pleno auge. Recuerdo tener unos treinta y tantos
compañeros, compartiendo pupitres.
Para proteger
nuestras vestimentas de cualquier mancha nos ponían unas batas de cuadros
pequeños verdes sobre blanco. Unos bolsillos a cada lado nos proporcionaban un
lugar donde guardar los cromos, las canicas y todos aquellos utensilios de
juego.
(continua, próxima entrega)
1 comentario:
Donde está la siguiente entrega?
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